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El Correo de la UNESCO

Material type: Continuing resourceContinuing resourceAnalytics: Show analyticsPublication details: París : Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura., Description: 50 págsDDC classification:
  • N. 6 jun. 1992
Online resources: In: El Correo de la UNESCOSummary: El periodo que se extiende desde el siglo de las Luces a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó, al menos en Europa, por un marcado optimismo. ¿Acaso los ciudadanos, gracias a los progresos de la ciencia y de la educación, no iban a asumir gradualmente sus responsabilidades cívicas y morales, tanto en sus comunidades nacionales como a escala mundial? Pero esta confianza se desvaneció muy pronto. La guerra más destructora de la historia iba a castigar a toda la humanidad una guerra desencadenada en nombre de una ideología de exclusión y de intolerancia, surgida en uno de los países más avanzados y cultos de Europa. Al optimismo sucederá una actitud mucho más escéptica, impregnada de prudencia y vigilancia. La creación, al término de la guerra, en 1946, de una organización como la UNESCO, con objeto de instaurar por medio de la educación, la ciencia y la cultura una paz duradera, fue, en parte, un reflejo de esa inquietud. Y el balance de las tensiones que desde hace cuarenta y seis años se han producido entre grupos, naciones y regiones no ha hecho más que confirmar la clarividencia de los fundadores de la UNESCO: ni la comprensión entre los pueblos, ni la paz derivan necesariamente de los progresos cumplidos por el hombre en sus diversos campos de actividad. Ninguna sociedad, a menos que dé pruebas de una determinación y una vigilancia permanentes, está a salvo de caer en la exclusión y la intolerancia. Incluso aquellas sociedades que en ciertos momentos de su historia han actuado con un gran espíritu de apertura corren el riesgo de replegarse un día en una actitud intransigente de rechazo. Como el pasado demuestra con creces, ninguna sociedad, cualquiera sea su sistema de valores, puede jactarse de poseer intrínsecamente la virtud de la tolerancia, como tampoco ninguna puede ser acusada de intolerancia permanente. Los hombres necesitan, sin duda, convicciones firmes. Pero, puesto que el mundo actual exige que vivan en estrecho contacto unos con otros, deben, más que nunca, velar por que esas convicciones no conduzcan a comportamientos de exclusión. Es fundamental que comprendan que si todos somos iguales en dignidad, nos distinguimos unos de otros por nuestras dotes particulares, nuestras ideas y creencias, y que esta diferencia es para cada cual, y para la civilización, una fuente de riqueza. A condición de que todos aceptemos un núcleo de valores universales. En esto consiste el desafío de hoy y de mañana. Aceptar que cada uno de los cinco mil millones y medio de seres humanos del planeta tenga sus ideas y preferencias personales y que cada cual, sin renegar de las suyas, sea capaz de admitir que las del prójimo son igualmente respetables. Empeñarse constantemente por practicar esta "incómoda virtud", como la califica el filósofo inglés Bernard Williams, es comenzar verdaderamente a trabajar por la paz. Tomado de: https://es.unesco.org/courier/junio-1992
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Revistas Revistas Biblioteca Bachillerato Hemeroteca Colección Hemeroteca N. 6 jun. 1992 (Browse shelf(Opens below)) Available 91220B
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El periodo que se extiende desde el siglo de las Luces a la Segunda Guerra Mundial se caracterizó, al menos en Europa, por un marcado optimismo. ¿Acaso los ciudadanos, gracias a los progresos de la ciencia y de la educación, no iban a asumir gradualmente sus responsabilidades cívicas y morales, tanto en sus comunidades nacionales como a escala mundial? Pero esta confianza se desvaneció muy pronto. La guerra más destructora de la historia iba a castigar a toda la humanidad una guerra desencadenada en nombre de una ideología de exclusión y de intolerancia, surgida en uno de los países más avanzados y cultos de Europa. Al optimismo sucederá una actitud mucho más escéptica, impregnada de prudencia y vigilancia.

La creación, al término de la guerra, en 1946, de una organización como la UNESCO, con objeto de instaurar por medio de la educación, la ciencia y la cultura una paz duradera, fue, en parte, un reflejo de esa inquietud. Y el balance de las tensiones que desde hace cuarenta y seis años se han producido entre grupos, naciones y regiones no ha hecho más que confirmar la clarividencia de los fundadores de la UNESCO: ni la comprensión entre los pueblos, ni la paz derivan necesariamente de los progresos cumplidos por el hombre en sus diversos campos de actividad. Ninguna sociedad, a menos que dé pruebas de una determinación y una vigilancia permanentes, está a salvo de caer en la exclusión y la intolerancia.

Incluso aquellas sociedades que en ciertos momentos de su historia han actuado con un gran espíritu de apertura corren el riesgo de replegarse un día en una actitud intransigente de rechazo. Como el pasado demuestra con creces, ninguna sociedad, cualquiera sea su sistema de valores, puede jactarse de poseer intrínsecamente la virtud de la tolerancia, como tampoco ninguna puede ser acusada de intolerancia permanente.

Los hombres necesitan, sin duda, convicciones firmes. Pero, puesto que el mundo actual exige que vivan en estrecho contacto unos con otros, deben, más que nunca, velar por que esas convicciones no conduzcan a comportamientos de exclusión. Es fundamental que comprendan que si todos somos iguales en dignidad, nos distinguimos unos de otros por nuestras dotes particulares, nuestras ideas y creencias, y que esta diferencia es para cada cual, y para la civilización, una fuente de riqueza. A condición de que todos aceptemos un núcleo de valores universales.

En esto consiste el desafío de hoy y de mañana. Aceptar que cada uno de los cinco mil millones y medio de seres humanos del planeta tenga sus ideas y preferencias personales y que cada cual, sin renegar de las suyas, sea capaz de admitir que las del prójimo son igualmente respetables. Empeñarse constantemente por practicar esta "incómoda virtud", como la califica el filósofo inglés Bernard Williams, es comenzar verdaderamente a trabajar por la paz.

Tomado de: https://es.unesco.org/courier/junio-1992

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